19 de abril 2021 9:00 por: Maritza Guevara
BV 146 Abril - Mayo 2021 • Tulcán
Juan Francisco Rodríguez Coronado gustó de los grandes carros desde pequeño. “Cuando me casé me hice chofer profesional en 1960. Para la licencia profesional, estudié y me capacité durante un año en el Sindicato de Choferes Profesionales Miguel Delgado Fierro de Tulcán. Primero, durante 4 años conduje vehículos pequeños y fui subiendo de escalafón hasta obtener la licencia tipo E.
“Puesto que yo quería ingresar a la Coop. Expreso Tulcán, conversé con el presidente, Gonzalo Machado quien me autorizó de inmediato; fui el socio 25. Entré con un Ford 600 especial de 40 pasajeros, uno de los primeros con carrocería metálica hecha en Quito. El chasís lo adquirí en Riobamba. Ingresé en 1968 y comencé a trabajar desde 1970.
¿Cómo eran las carreteras?
Eran empedradas, de una sola vía y muy estrechas. Cuando nos topábamos con un carro en sentido contrario, había que esperar que pase primero para continuar. En esos tiempos las carreteras eran bien peligrosas, los choferes éramos pocos y teníamos que ser responsables; por eso éramos considerados como buenos maestros.
Recuerdo las curvas del Duende y de Pichiucho entre Bolívar (Carchi) y Juncal. Eran muy cerradas, de un solo carril y las más peligrosas del recorrido. Había una quebrada de unos 500 a 600 metros de profundidad. Los pasajeros tenían que bajarse y el ayudante debía colocar un banco en la llanta para que el bus no se regrese hacia atrás. Tocaba poner primera marcha y salir con precisión.
Nuestras destrezas al volante hacían que seamos recibidos como ministros en cada pueblito. Lamentablemente, ahora el chofer profesional es considerado como una persona común y corriente. |
Lugares donde descansar o comer
Pasábamos por varios pueblitos: Julio Andrade, Guaca, San Gabriel y llegábamos a Bolívar a desayunar. Luego el Juncal, Chota, Pimán y descendíamos a Ibarra donde almorzábamos tipo 12 ó 1 de la tarde. Seguía Otavalo, Cayambe, Guayllabamba, Calderón y ya estábamos entrando a Quito. Nuestra oficina quedaba en la Plaza de San Francisco en el centro. Allá merendábamos y descansábamos para madrugar al otro día. Dormíamos en una pensión o en la misma unidad, ya que antes era todo tranquilo y no había peligros. Llegábamos con el cansancio de haber manejado 12 horas. Yo trabajaba de lunes a domingo, no descansaba.
Cada pueblito tiene una historia
En nuestro ir y venir por carreteras tan escabrosas, dábamos vida a cada pueblo por el que atravesábamos. Por ejemplo, siempre pasábamos por San Gabriel (Carchi) a recoger y dejar pasajeros. Ahí varias vendedoras que se dinamizaban cuando llegábamos. Luego partíamos hacia Bolívar. Para llegar al Juncal, tocaba pasar un puente que era de madera sobre el rio Chota y solo podía circular un carro a la vez. Luego llegábamos al Chota donde vendían plátano blanco y rosado que los pasajeros llevaban de recuerdo del viaje. Viajábamos a máximo 40 km/hora, en las bajadas íbamos con gran precaución. En esos tiempos no había muchos accidentes porque se manejaba despacio.
¿Qué hacían los ayudantes?
Los ayudantes también sufrían bastante: recibían las maletas de los pasajeros y las colocaban arriba en la parrilla. Hacían las listas para los controles, entregaban las maletas. A veces no podían ni descanzar porque tenían que acompañar al chofer a vigilar las curvas, ver que no venga otro carro, estaban sube y baja del carro.
DATOS EN SUCRES El ayudante ganaba entre 80 y 120 sucres al mes, el pasaje costaba 50. El carro me compré a 500 mil sucres; de entrada di 3 mil y pagué cuotas mensuales por 4 años. |
Una terrible desgracia en 1980
Por Ambuquí en el control del peaje, iba con un viaje el último día de Carnaval, cuando explotó una llanta y detuve el bus. Estaba parado en la puerta del vehículo y otro carro chocó contra el mío, me golpeó y me fracturó toda mi pierna izquierda. Un amigo de otra cooperativa me llevó a una clínica en Ibarra, pero después me trasladaron a Quito. Me pusieron dos placas, la una de la cintura hasta la rodilla y otra de la rodilla hasta la tibia y me pasaron un perno en la rodilla de lado a lado; necesité muletas. Con los años me sacaron solo una placa la otra todavía sigue, pero puedo caminar. Estuve un año fuera de mi labor, después volví a manejar.
¿Cuántos carros ha tenido?
Después de mi primer bus, me compré un Ford 350, porque los pasajeros querían llegar más rápido y las cooperativas Microtaxi y Velotax ya tenían esos carros. Con el nuevo vehículo hacía menos horas, salía de Tulcán a las 5:00 a.m. y llegaba a Quito a las 2:00 p.m. Después adquirí un Hino de 40 pasajeros; luego otro Hino de 45 pasajeros, también tuve un Chevrolet. He comprado como 10 carros en total.
Cuénteme un poco de su familia
Mi esposa se llamaba Laura Eliza Rosero (+). Tuvimos 7 hijos: 3 mujeres y 4 varones de los cuales solo vive uno Édgar quien reside en Quito y es chofer de carros escolares. Mis hijas Lourdes y Mariana viven en Tulcán y la tercera es Narcisa.
¿Ha tenido cargos en la Cooperativa?
He sido vocal de administración y de vigilancia, pero no me gustaba mucho la dirigencia ya que prefería conducir mi bus. Por eso yo decía “a mi carro le cuido más que a mi mujer” (sonríe).
¿Cómo debe ser un dirigente?
El dirigente es responsable de la cooperativa, debe velar por todos los socios, atender frecuencias, representar, acudir a reuniones, hacer trámites, etc. Necesita mucho tiempo y por ello debe dejar a un lado su vehículo. A mí me gustaba más manejar, yo nunca traicioné a mi empresa, fui socio de una sola cooperativa. Me siento orgulloso de haber sido parte de Expreso Tulcán y me da pena haberme retirado, pero lo hice por una fuerte neumonía que me dio en 2018.
Un consejo para los nuevos chóferes
En los 50 años que estuve en la carretera no he tenido accidentes, Dios me ha bendecido. Habiendo recorrido caminos peligrosos, me queda la satisfacción de haber servido a mi comunidad con honestidad y entrega. A los nuevos conductores de hoy, les recomiendo que sean muy responsables y conduzcan con mucha precaución.